Ismael Velázquez Juárez

El collage como estrategia de descomposición

La obra visual de Ismael Velázquez Juárez ha sido por mucho tiempo ampliamente desconocida, excepto por los curiosos que navegan internet en busca de lenguajes anticonvencionales o aquellos que se encuentran por casualidad con su muro de Facebook; incluso hay quienes llegan a ella a través de su poesía —también trofeo de caza para muy pocos. Originario del barrio de Iztapalapa en la Ciudad de México a inicios de los sesenta, hoy vive en Querétaro y su premisa es la experimentación indiscriminada con imágenes y palabras. La factura de sus collages pretende la dispersión y la descomposición de una realidad que termina por negar antes que sucumbir ante el orden y la intransigencia del sistema.

Ismael, ¿cómo se fueron convirtiendo los collages para ti en una búsqueda recurrente?

Como casi todo lo que mejor sabemos hacer, surgió a partir de una incapacidad; en mi caso, de la incapacidad de hacer nada con un lápiz o un pincel. El collage me dio la posibilidad de convertir una falla técnica en un vehículo para sacar imágenes de mi cabeza, o encontrarlas ahí, que también.


 ¿Partes de una idea o de una intuición?

Casi siempre parto de lo que tengo a la mano; en otra ocasión, contestando a una pregunta parecida, me refería a que mi trabajo es muy similar al de un cocinero que va temprano al mercado y, de acuerdo a lo que encuentra, con eso prepara —arma o desarma— un menú. Trabajo con lo que hay; me gusta adecuarme a las imágenes o frases o palabras que me salen en el camino.

Muchas imágenes parecen sacadas de un archivo municipal muy antiguo…

De un archivo municipal desconocido, encargado de resguardar la memoria desconocida de gente desconocida. Sí, es la idea.

¿Cómo se llevan entre sí tus collages y tus poemas? ¿Es la palabra un elemento más de la imagen?

Me gusta que todo se mezcle, así que voy de una cosa a la otra la mayor parte del tiempo. Finalmente, distinguir entre palabras o imágenes es una convención, un acuerdo obsoleto e inútil.

 La ironía es un aspecto recurrente en tu obra…

Si está presente, se relaciona más con una forma de ver las cosas que con un efecto buscado o deseado. Lo peor que te puede pasar es pretender o asumir que tienes sentido del humor, y entonces sentirte obligado a ejercerlo a diestra y siniestra. Hoy el sarcasmo parece ser un nuevo atributo sexual.

 ¿Cómo llegaste a interesarte en desconocidos realizando actividades desconocidas?

En el collage, la técnica más tradicional es la de la acumulación: se agregan elementos sobre elementos hasta que se consigue el resultado deseado. En el caso de los desconocidos intenté la vía inversa: la de la eliminación y supresión de componentes. Quería probar qué pasaría si despojaba a una fotografía encontrada de ciertos detalles que le daban sentido. Descubrí que esa supresión descontextualizaba totalmente al sujeto involucrado, de manera que terminaba en situaciones extrañas y llevando a cabo acciones totalmente extravagantes o desconocidas. Eso les dio a esas imágenes una densidad narrativa tan propia que las volvió insólitas, misteriosas y sorpresivas, incluso para mí.

  

¿Establecerías una ruta evolutiva entre las distintas estaciones en las que se ha desarrollado tu obra? O sea, ¿cómo han ido cambiando tus intereses?

No, creo que en eso es en lo único en lo que he sido constante, siempre se me ha facilitado más descomponer o echar a perder, que desarrollar o evolucionar. En ese sentido, la demolición y desacreditación de mi propia trayectoria y experiencia es lo único divertido, lo demás ha llegado gratis.


 ¿Haces simultáneamente varias colecciones de collages o cada vez abandonas lo anterior para fijarte una ruta sistemática de búsqueda?

Trabajo simultáneamente con tanto como puedo. No sigo una ruta sistemática, me gusta que todo se contamine de todo y se interrumpa, desvíe o crezca hacia lo que no preví; no en un sentido orgánico ­­­—no creo en esa manía de hoy de querer edulcorar a toda costa el azar—, sino artificial y deliberado. Yo participo, juego a decidir y puedo torcer el camino en el último momento, aunque sea para echarlo, otra vez, todo a perder.

  ¿Quiénes serían para ti referencias y por qué? No importa a qué se dediquen, muertos o vivos…

Es lo que veo, escucho, leo, o con quien hablo a diario, lo que me sirve de referencia. En ese aspecto, cambia cada día. 

 ¿Inventas o reflejas la realidad en tus collages? Me parece que es como si cada vez la pusieras entre comillas…

Veo al collage como una estrategia de descomposición de la realidad principalmente, una forma de ponerle las manos encima. No quiero ni inventarla ni reflejarla, solo quiero colgarla donde se merece. Colgarla de ganchos sería mejor que ponerle comillas.

 

¿Cómo es tu espectador/lector deseado? ¿O no te importa para nada?

Nunca he pensado en un lector/espectador. No tengo expectativas al respecto. De hecho, pienso que la figura de lector/espectador está en vías de extinción. Por cada lector/espectador que hay, existen otras cien personas escribiendo, pintando, haciendo performance o yo qué sé: todo menos ser público asistente.

Tu blog parece ser un diario de obra. ¿Es tu espejo cotidiano?

Sí, todo eso —blog, Facebook, etcétera— pasó a substituir a las libretas o cuadernos de apuntes; incluso los libros publicados, los cuadros que sin pintarlos pintaré, todo es un ejercicio. La trascendencia no existe en el día a día, y así está bien.

Entre sus colecciones recientes de collages, Ismael Velázquez Juárez cuenta Desconocidos en actividades desconocidas, Open this end y Stored dead bodies. También es autor de los libros Arte de beber (Cal y Arena, 2010), Lugares y no lugares para caer muerto en Richard Brautigan (Herring, 2014), Producto Interno Bruto (Foc, 2013), Where Do We Go From Here (bongobooks, 2014), Bulldozer (Palacio de la Fatalidad, 2014), Sea un arma (Centro de Cultura Digital, 2014), Esto no significa nada (Palacio de la fatalidad, 2015) y Nombrarlos desaparece (Liliputienses, 2017).

 

Los inadaptados. Serie de videopoesía

 

Poesía visual

 

Entrevista: Carlos Vicente Castro

Imágenes: cortesía de Ismael Velázquez Juárez

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