La dignidad espacial

Telón de fondo

Antes de pensar en ser arquitecta, mis recuerdos se remontan a dos imágenes opuestas pero complementarias. La primera: cerca de mi casa había una iglesia que tenía muchas ganas de dibujar a pesar de su fealdad, era bastante poderosa; desde entonces creo que la arquitectura no trata de un objeto prístinamente colocado en el paisaje. La segunda es un jardín al centro de una plaza pequeña y contenida por edificios muy antiguos; con un músico, muros de piedra y la mayor parte del piso cubierta de flores. De fondo se escuchan la fuente y la guitarra. También se aprecian perforaciones en uno de sus muros; según entiendo, en este escenario se fusilaba gente.

Si hoy eligiera una heroína, hablaría de Lina Bo Bardi porque es chica, admirable y construye un tipo de arquitectura que conecta con lo local: la gente, el habitar, la crudeza de los materiales y la irreverencia ante los programas. Mi madre siempre estuvo presente, era sobrecargo y en mi casa había reunido libros de diferentes países; su biblioteca me desarrolló el interés por culturas que desconocía. Mi papá, geólogo, me advertía que me moriría de hambre dedicándome a la arquitectura. No se equivocaba del todo: es complicado sobrevivir sin que te mates trabajando. Me obligaba a voltear y ver la tierra, su topografía; su oficina, cubierta de fotos aéreas, llenaba de preguntas mi cabeza. Ha sido un importante punto en la balanza al tomar mis decisiones. Por último, mi abuela me llevó a descubrir la ciudad a través de los ojos de un peatón y de quien va en transporte público.

Todo el tiempo persigo un concepto al que le voy cambiando la cara, llamado libertad: la buscaba enloquecidamente y en algún momento la arquitectura me la dio. Tuve la oportunidad de hacer un intercambio en San Juan de Puerto Rico, una vivencia que consolidó mi pasión por descubrir diferentes formas de vida. Otro punto clave en mis primeros años profesionales fue haber sido elegida para el Programa de Vinculación y Proyectos Especiales en la UNAM, donde pasé más de cuatro años desarrollando proyectos de gran escala e interdisciplinarios.

Una historia de 16 años

El jefe de taller en la oficina de Mauricio Rocha estaba buscando gente. Yo acepté participar por razones importantes: su oferta de construir proyectos públicos de escala menor, como el Mercado de San Pablo Oztotepec y un Cendi en Santa Ana Tlacotenco; además, había conocido a Rocha a través de dos de sus obras efímeras, Ex Teresa Arte Actual y Torre de los Vientos. Me conmovió, me sentí identificada, me conecté con lo que había visto y experimentado.

Un día dije: “Me voy, no tengo más a dónde ir aquí”, entonces Mauricio me propuso asociarnos.

Construir  TALLER |Rocha+Carrillo| fue un proceso largo y complicado, a la vez lógico y gozoso. Hemos compartido una historia de 16 años. Creemos en lo interdisciplinario, en la arquitectura como una gran colaboración y suma de ideas. Zafarte de la soberbia y el ego es un ejercicio cotidiano, se necesita humildad para aceptar las propuestas de otra persona.

Intento aportar ideas que sumen, generar una crítica constructiva hacia nuestro trabajo y una serie de discusiones que alimenten el contenido. Soy muy determinante en la toma de decisiones, lo cual hace un contrapeso, ya que algunas veces actúo de manera abrupta mientras que Rocha se toma su tiempo. Hemos aprendido a balancear: yo me he vuelto un poco más pasiva y él un poco más infranqueable.

Construir la experiencia

La exposición de Cartier que presentamos hace un año en París como artistas invitados contrasta con nuestro trabajo en los Juzgados Penales de Michoacán, donde las adversidades políticas y de calidad de obra provocaron que me cuestionara mi quehacer arquitectónico.

Sería imposible dedicarnos solo a realizar proyectos de carácter social y obra pública porque no hay manera de vivir así, sin embargo son una apuesta fundamental para nosotros. Esto nos ha dado la oportunidad de encontrar un equilibrio, de pensar y aprovechar para aportar algo desde la dignidad espacial. El lujo se construye a partir de las cualidades del lugar: la luz, el viento, los jardines y su relación con el interior, con la construcción de una experiencia. Una de las investigaciones que me interesan trata sobre los límites: no saber dónde se empieza o se termina un espacio, diluir la diferencia entre interior y exterior, trabajar con los tránsitos y las demoras como parte de una atmósfera, hablar desde la emoción pero también desde la lógica más pura del pensamiento en relación con el sitio.

Hace más de doce años que doy clases. Considero importantes el diálogo, la cotidianidad, detenerme y observar formas de vida. Me interesa compartir mi experiencia con personas jóvenes llenas de energía y aprender de ellas. Yo les diría a los futuros arquitectos que, además de ser éticos, trabajen por ser congruentes con lo que quieren, les interesa y apasiona. Falta coherencia en el mundo. También que aprovechen la oportunidad de hacer política desde su trinchera, sobre todo en momentos de crisis. Creo fervientemente que cuando haces lo que amas, todo te sonríe en la vida.

Entrevista: Ulises Jiménez Ruvalcaba y Edgar Lara Ramírez

Fotos: Luc Boegly y Rafael Gamo

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