La Norestense: un diseño de Christian Vivanco

Entre las novedades de este año en Caravana Americana —un foro de diseño latinoamericano que se celebra del 24 al 26 de marzo en la Ciudad de México— se encuentra La Norestense, una silla que Christian Vivanco se dio a la tarea de rediseñar y mejorar a partir de la tradicional mecedora de Monterrey. De ahí que la pieza sea un motivo oportuno para entablar un diálogo con su autor acerca de su concepto del diseño y proceso de trabajo.

Christian, ¿cómo es el proceso que sigues para generar ideas?

Mi manera de trabajar ha tenido un gran cambio respecto a hace algunos años, en que el proceso creativo nacía, se desarrollaba y cerraba a partir del diseñador. Sin embargo, los diseñadores han encontrado una forma más eficiente de trabajar tanto para ellos mismos como para sus clientes, basada en el diálogo constante con las personas con quienes trabajan. En algún momento de mi carrera me comencé a sumar a este tipo de experiencias.

Las ideas surgen de una serie de conversaciones. Cuando entro a una empresa o marca, antes de lanzar una propuesta me reúno con la mayor cantidad de personas posible. No hay rangos, todos estamos en el mismo nivel y todas las ideas valen exactamente igual. Es un ejercicio integral. Nos hace más empáticos a la experiencia de diseñar. Les pido recomendaciones, consejos, sugerencias sobre el proceso. En sí, nada más les escucho. Averiguo cuál es su figura dentro de la ecuación y este expertisse me ayuda a comprender las distintas perspectivas que definen un problema, el cual no tiene una sola cara, sino muchas aristas que van desde quién lo fabrica, quién lo vende, quién lo compra y quién lo usa.

Voy armando un collage de reflexiones hasta llegar a una serie de hallazgos que ayudan a identificar problemáticas que a su vez se convertirán en una serie de preguntas. Mi trabajo como creativo surge al intentar responderlas. Una pregunta suele iniciar con “¿Cómo podemos hacer que…?”.

Tu interés por lo social y antropológico, ¿tiene que ver con las distintas comunidades de artesanos con las que has convivido?

Mi interés por lo social inició hace ya varios años a través de proyectos llevados a cabo con comunidades artesanales. En un inicio el acercamiento —como hacen otros diseñadores— se centró en tratar de desarrollar el mejor producto posible. Pero muchas veces en ese tipo de proyectos lo que más importa son las personas con quienes estás trabajando, comprender los roles que juegan, cuáles son sus intereses y preferencias, sus preocupaciones y habilidades… incluso antes de querer entender el producto.

Has comentado que este diálogo se extiende también a comunidades dentro del sector industrial o corporativo.

Es una pregunta que me he hecho: ¿cómo uno, como diseñador, puede utilizar herramientas de esta naturaleza pero ya no en un sector exclusivamente artesanal y comunitario? Es allí donde empecé a explorar la posibilidad. En este tema en particular tiene muchísima importancia haber trabajado durante tres años en el Centro de Estudios Superiores de Diseño de Monterrey: me ayudó a aprender procesos de trabajo más estructurados, con la capacidad y la virtud de generar evidencias del proceso de trabajo más notables.

Esto adquiere un valor muy grande cuando estás trabajando con grandes corporativos. Las empresas necesitan medir, cuantificar, ponderar tu trabajo. No solamente en un sentido emocional o subjetivo, sino con datos duros, estadísticas, estudios. Entonces, es posible trabajar proyectos de naturaleza antropológica, social, sumarles esta capacidad de generar datos duros sobre el diseño en el proceso de trabajo y de esta manera involucrarte con empresas muy diferentes a una familiar en Oaxaca o en San Luis Potosí. Ahora mismo sigo trabajando con comunidades artesanales, me interesan ambos lados.

Creo en la importancia de desarrollar un producto que conlleve ejercicios artesanales. Al referirme a “procesos artesanales”, lo hago en sentido clásico o básico, donde la artesanía se entiende como un proceso donde participan personas, donde hay ciclos de mejoramiento de producto, perfeccionamientos, donde cabe de alguna manera ir esculpiendo el proceso y el producto entre todos, una comunidad que puede tanto estar concebida como una familia o un grupo de profesionistas egresados de cualquier comunidad de México. Este ejercicio de la industria artesanal está enfocado en cómo el diseño puede estimular esa concepción de productos con distintas aristas en procesos participativos que buscan la mejora continua.

La Norestense es una colaboración con la mobiliaria metalúrgica Los Patrones en Monterrey, mientras que artesanos del Estado de México aportan su oficio a mano con tejido de fibras naturales. ¿Cómo fue que decidiste optimizar la experiencia de las mecedoras tradicionales neolonesas?

Cuando llegué —vengo de San Luis Potosí— a Monterrey hace tres años, una de las primeras cosas que me llamaron la atención fueron estas sillas en distintas cocheras. Incluso las dejan en la calle, están ahí toda la noche y no pasa nada. Se pueden robar los espejos de tu coche, las tapas, pero a la silla la dejan, la respetan. Sin embargo, estas sillas revelaban con los años ciertas deficiencias en el diseño: desgaste en los materiales, piezas que se vencían. Es uno de esos muebles que no envejecen con gracia. Deja de funcionar, te puede lastimar por ser de metal, se oxida. Con todo y eso la gente la sigue usando, incluso la repara. Donde había una malla metálica de repente encuentras sillas reparadas con mecate, con piezas de plástico. Muchas veces la estructura sigue funcionando, pero cada familia o persona como que la va rescatando y la mantiene viva.

Obviamente todas esas intervenciones llevan un proceso creativo que nos estimula como diseñadores. La parte de la optimización se centró en la simplificar los componentes de una silla muchas veces construida de forma excesivamente artesanal, donde el herrero va soldando conforme va sintiendo: una pieza más aquí, un trozo de varilla más acá.

Completamente intuitivo…

Exacto, es muy intuitivo, empírico. Y ese tipo de procesos pueden responder a producciones más limitadas. Como nosotros aspiramos a un proceso de producción en cantidades mayores, era muy importante simplificar procesos. La silla original tiene alrededor de diez componentes, mientras que La Norestense los reduce a tres: patas, asiento y brazos, y respaldo, nada más. Es un solo material para toda la estructura.

 

¿La intención es exportarla?

Se está trabajando en dos líneas: a nivel nacional por la proyección que tiene esta silla en el norte de México, y a nivel internacional nos interesa —en contra de los tiempos que estamos viviendo— exportar a Estados Unidos. No olvidemos que la empresa que está produciendo y comercializando este producto se encuentra en Monterrey y, como toda buena empresa regia, hay mucho interés en la frontera. Sería una gran oportunidad enfocarnos en el mercado latino en Estados Unidos.

 

¿No te preocupa que la gente acostumbrada a la silla original no acepte esta nueva versión?

Me encantará vivir la experiencia de esa dualidad, presentar esa silla y ver la reacción inicial de la gente. Más que una preocupación es una inquietud.

¿Qué capacidades identificas en tu generación en cuanto a propuestas de diseño?

Hemos cometido muchos errores respecto al enfoque de la disciplina y el efecto que puede tener en la sociedad. Soy parte de una generación que busca más la revista que el impacto real, más el artículo que generar un beneficio. No está mal porque es parte del ecosistema, es necesario. Pero sí tuve la oportunidad de vivir experiencias donde se generaba el producto solo con esa finalidad y no aspirábamos a nada más, lo cual me parece una pena. Cada vez más diseñadores de mi generación se han ido dando cuenta de esta realidad.

Me da gusto ver cómo han empezado a revirar y a dedicarse a ejercicios más sustentables, responsables, con un mayor impacto, con una mayor conciencia de la disciplina. En ese sentido, creo que somos una generación que ha aprendido a la mala la importancia de hacer las cosas bien y de ser responsables con nuestro trabajo. Me da gusto, por ejemplo, ver que hay generaciones más jóvenes que la nuestra que han sabido aprovechar nuestros errores para no repetirlos. Saben trabajar de una manera más responsable. Esto me deja más tranquilo: que los tropiezos de uno puedan ayudar a la carrera de otros e ir mejorando un poquito la disciplina.

¿Será que el enfoque comunitario, social, te pone los pies en la tierra?

Eso o tener que pagar la renta.

 

 

Entrevista: Carlos Vicente Castro

Imágenes: cortesía de Christian Vivanco

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