Toledo. Siempre.

Nunca un artista visual ha sido tan importante, reconocido y querido en México por su obra, pero también por su vida. Se fue Francisco Toledo, quien nos enseñó que el arte también puede ser activismo, lucha, grito y respuesta para el cambio social y cultural de México. El maestro nos dejó todo. Para siempre. Su intensa, prolífica, profunda, atrevida, poderosa y bella obra esparcida por la pintura, la gráfica, la escultura, la instalación y el arte acción nunca se hizo vieja, que siempre es actual, contemporánea, aunque pasaran los años y se transformara el panorama y el mercado. Toledo siempre estuvo y estará allí, en la historia del arte nacional, en la oficial y la alternativa como referente, influencia y ejemplo.

 

 

El arte de Toledo como reflejo y narrativa entre figuras, insectos, sexo, animales, plantas y hasta mierda con una fuerza creativa inacabable; una cosmovisión redonda; un ensayo sobre quiénes somos en nuestra geografía repetida una y otra vez. Sus trazos, sus ocres y sus verdes, como preguntas e ideas, pero también como museos, casas de cultura, colecciones, registros, rescates, residencias, acciones comunitarias, marchas e incluso vuelos de papalotes. Toledo cambió la imagen de su tierra, Oaxaca, y esperemos que esa intensidad reflejada en sus arrugas finales, también contribuyan a los urgentes cambios que nuestro país necesita.

 

 

 

 

Sobre Francisco Toledo

 

Francisco Toledo nació en la Ciudad de México el 14 de julio de 1940, aunque él siempre dijo que era de Oaxaca, porque de allí se sentía. A los catorce años  estudió gráfica en el taller de Arturo García Bustos en la ciudad de México. En 1957 ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes. Montó su primera exposición individual en 1959, y entonces decidió mudarse a Ixtepec, Oaxaca, de donde era su familia. En 1960, con ayuda de Rufino Tamayo y de Octavio Paz, viajó a París, donde absorbió la grandeza de las vanguardias de una manera increíble para después regresar a su tierra a hacer suyo lo aprendido, y de qué manera.

 

 

 

Aunque Tamayo fundó lo que mal llamamos la “Escuela oaxaqueña”, fue Toledo quien le dio un giro inesperado y una magia deliciosa que sigue seduciéndonos. Desde entonces, con intermitentes estancias en Europa y Estados Unidos, Toledo ya no dejó Oaxaca. En 1998 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes y el Premio Príncipe Claus en 2000. En 2007, el consejo universitario de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) lo distinguió con un Doctorado Honoris Causa por su labor en el mundo de las artes.

 

 

“Es un clásico vivo del arte en México. Sigue siendo un curioso infatigable”,  escribió el escritor Ernesto Lumbreras sobre el creador de los Cuadernos del Insomne, Cuadernos de la mierda, Cuadernos de los insectos, (Anti) homenajes a Benito Juárez, zoologías fantásticas, insectarios, gráficas sobre la muerte, autorretratos, animales creados con caparazones de tortuga, pistaches o cera. Toledo es el artista que nos dejó todo. Siempre. No se va.

 

Texto: Dolores Garnica

Imágenes: cortesía de Commons Wikipedia y Galería Juan Martín

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